Pero bueno, dejando estos ligeros contratiempos, os cuento que hoy es el Día del Maestro. Ya sé que a algunos os sorprenderá porque cada año se celebra un día distinto y no en todas las comunidades es el mismo, pero hoy es el día de San José de Calasanz, el patrón de los maestros, y es el auténtico día de nuestra fiesta, el que tradicionalmente se celebraba siempre hasta que los políticos decidieron cambiar a la modalidad actual. Y nunca dejo pasar esta fiesta sin hacer mención de ello. Me hubiera gustado sacar algún dibujo chulo con un cuentecito acompañándolo pero no ha podido ser por lo que os he contado anteriormente.
Sin embrago he buscado uno que os va a gustar mucho. Es de un gran dibujante y escritor argentino. Algunos seguro que lo conocéis, Pablo André Mádici ( Brocha). Es una historia en la que muchos docentes seguro que os sentiréis retratados. Espero que os guste a todos.
CIELOS EN LA NOCHE
Preparar el aula para inventar un cielo no es tarea tan fácil. A pesar de haber estacionado su auto en la puerta de la escuela, el maestro tendrá que hacer dos viajes. No le alcanzan las manos para trasladar todos los elementos que trajo. Varios rollos de tela de un azul ultramar, una escalera, una bolsa negra bastante grande como para llenarla de hojas de eucalipto, un grabador, una regadera y una carpeta de radiografías viejas.
La directora no puede creer que esta vez haya llegado tan temprano.
-¡Te caíste de la cama!- le dice con ironía.
El maestro sonríe. Luego de subir las últimas cosas llena la regadera con agua, después abre la puerta del aula y enciende la luz, uno a uno va sacando los bancos y las sillas para dejar el espacio vacío. Es entonces el momento de las hojas de eucalipto. El maestro da vuelta a la bolsa y desparrama todo por el suelo. Se divierte como un niño empujándolas con los pies. Debe cubrir toda la superficie. Una vez terminada la tarea, acerca la escalera y va colgando las telas, de tal manera que las paredes y las ventanas quedan todas cubiertas. El lugar se convierte en algo parecido a un teatro antes de la función, nada que recuerde a una escuela.
Después de la primera formación de la mañana, los chicos se dirigen a su aula. Cuando van acercándose se sorprenden y una intriga muy preguntona se apodera de ellos. El maestro les pide que por un rato dejen fuera los útiles. Tienen que entrar sin nada.
Los alumnos van ingresando en silencio para escuchar sus pasos, que esta vez, hacen un ruido distinto, como si estuvieran en un bosque.
-¡Qué lindo olor!,-se oye decir a Lucía.
El maestro les explica que ese día van a dibujar constelaciones. Les pide que con mucho cuidado se acuesten en el piso boca arriba, cierren los ojos y respiren profundamente. Algunos chicos, al principio, se ríen un poco pero es tan hechicero el perfume de los eucaliptos que quedan atrapados por su encantamiento. El maestro empieza a contarles que también hay cielos donde las estrellas se juntan para encontrase menos solas, formando familias llamadas galaxias. Muchas de ellas son muy numerosas, territorios todavía no explorados, por eso la mente humana suele completar con la imaginación aquello que ignora. Con voz pausada les cuenta que cada cultura siempre encontró en el cielo algo muy parecido a un espejo. Veían en las estrellas el dibujo de objetos familiares, dioses mitológicos o animales sagrados. Como esos dibujos que invitan a unir los puntos con líneas para descubrir figuras ocultas. De la misma manera los hombres y las mujeres de todos los tiempos imaginaron diseños al mirar el cielo por las noches. Pronunciaron palabras como Osa Mayor, Osa Menor, Hidra, Flecha, Escudo, Andrómeda, Orión, Sagitario, Dragón o Escorpión. Inventando historias sobre el nacimiento del mundo, la guerra, el amor o la traición.
Cuando termina su relato les dice que no van a dibujar ni pintar hojas, sino que realizarán una obra estelar con sus propias mentes. Enciende el grabador muy bajito. Se escuchan voces de olas de mar, de vientos lejanos que viajan con el canto de los grillos, sacude un par de veces las radiografías, y un sonido parecido a un relámpago sobresalta a los niños.
-No abran los ojos- les dice el maestro- es apenas una lluvia pasajera.
Se sube a la escalera con la regadera y salpica , a penas, unas gotitas sobre sus estudiantes. Mientras va bajando el sonido del grabador muy lentamente les pide que traten en la oscuridad de sus mundos de inventarse un cielo.
Todos los alumnos están muy concentrados. El maestro se sienta en lo más alto de la escalera y los mira. Sonríe, piensa como a veces las apariencias engañan, porque ellos parecen dormidos, pero están soñando. Entonces empieza a imaginar la constelación de cada uno. Los planetas de Pedro quizá sean parecidos a varias pelotas de fútbol de distintos materiales y tamaños. En cambio, por el cielo de Juana deben galopar caballos en el viento. En la constelación de Matías los hombres araña se colgarán de las estrellas, pero Marina habrá soñado un universo lleno de colores con brillantina. En cada uno el maestro, ....galaxias increíbles como si fueran retratos de sus alumnos.
Esta vez no puede evaluar el resultado. Piensa que tal vez no está nada mal pensar en una clase que no produzca respuestas, sino que festeje la formulación de alguna buena pregunta.
Habiendo hecho todo lo que debía, el maestro tuvo el deseo de vivenciar su propia exploración. ¿ Por qué no prestarse también la juego? Se acostó en el piso, cerró los ojos mientras sentían las caricias del perfume de los eucaliptos. Dibujó con la mente el autito preferido de su infancia, que ahora ocupaba la noche de aquel cielo oscuro.
Pablo Andrés Médici ( Brocha)