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viernes, 27 de noviembre de 2020

MAESTRO DE ALMA




 Hola amigos, estoy aquí de nuevo después de un breve paréntesis sin apenas tocar el blog. Algunos problemas en la vista me lo han impedido resultándome muy doloroso  leer y escribir, asi que me he tomado un descanso y parece que estoy algo mejor, aunque sin  hacer demasiadas fiestas, pues es posible que durante un tiempo tenga que estar funcionando a medio gas.

Pero bueno, dejando estos ligeros contratiempos, os cuento que hoy es el Día del Maestro. Ya sé que a algunos os sorprenderá porque cada año se celebra un día distinto y no en todas las comunidades es el mismo, pero hoy es el día de San José de Calasanz, el patrón de los maestros, y es el auténtico día de nuestra fiesta, el que tradicionalmente se celebraba siempre hasta que los políticos decidieron cambiar a la modalidad actual. Y nunca dejo pasar esta fiesta sin hacer mención de ello. Me hubiera gustado sacar algún dibujo chulo con un cuentecito acompañándolo pero no ha podido ser por lo que os he contado anteriormente.

Sin embrago he buscado uno que os va a gustar mucho. Es de un gran dibujante y escritor argentino. Algunos seguro que lo conocéis, Pablo André Mádici ( Brocha). Es una historia en la que muchos docentes seguro que os sentiréis retratados. Espero que os guste a todos.

CIELOS EN LA NOCHE

Preparar el aula para inventar un cielo no es tarea tan fácil. A pesar de haber estacionado su auto en la puerta de la escuela, el maestro tendrá que hacer dos viajes. No le alcanzan las manos para  trasladar todos los elementos que trajo. Varios rollos de tela de un azul ultramar, una escalera, una bolsa negra bastante grande como para llenarla de hojas de eucalipto, un  grabador, una regadera  y una carpeta de radiografías viejas.

La directora no puede creer que esta vez haya llegado tan temprano.

-¡Te caíste de la cama!- le dice con ironía.

 El maestro sonríe. Luego de subir las últimas cosas llena la regadera con agua, después abre la puerta del aula y enciende la luz, uno a uno va sacando los bancos y las sillas para dejar el espacio vacío. Es entonces el momento de las hojas de eucalipto. El maestro da vuelta  a la bolsa y desparrama todo por el suelo. Se divierte como un niño empujándolas con los pies. Debe cubrir toda la superficie. Una vez terminada la tarea, acerca la escalera y va colgando las telas, de tal manera que las paredes y las ventanas quedan todas cubiertas. El lugar se convierte en algo parecido a un teatro antes de la función, nada que recuerde a una escuela.

Después de la primera formación de la mañana, los chicos se dirigen a su aula. Cuando van acercándose se sorprenden y una intriga muy preguntona se apodera de ellos. El maestro les pide que por un rato dejen fuera los útiles. Tienen que entrar sin nada.

Los alumnos van ingresando en silencio para escuchar sus pasos, que esta vez, hacen un ruido distinto, como si estuvieran en un bosque.

-¡Qué lindo olor!,-se oye decir a Lucía.

El maestro les explica que ese día van a dibujar constelaciones. Les pide que con mucho cuidado se acuesten en el piso boca arriba, cierren los ojos y respiren profundamente. Algunos chicos, al principio, se ríen un poco pero es tan hechicero el perfume de los eucaliptos que quedan atrapados por su encantamiento. El maestro empieza a contarles que también hay cielos donde las estrellas se juntan para encontrase menos solas, formando familias llamadas galaxias. Muchas de ellas son muy numerosas, territorios todavía no explorados, por eso la mente humana suele completar con la imaginación aquello que ignora. Con voz pausada les cuenta que cada cultura siempre encontró en el cielo algo muy parecido a un espejo. Veían en las estrellas el dibujo de objetos familiares, dioses mitológicos o animales sagrados. Como esos dibujos que invitan a unir los puntos con líneas para descubrir figuras ocultas. De la misma manera los hombres y las mujeres de todos los tiempos imaginaron diseños al mirar el cielo por las noches. Pronunciaron palabras como Osa Mayor, Osa Menor, Hidra, Flecha, Escudo, Andrómeda, Orión, Sagitario, Dragón o Escorpión. Inventando historias sobre el nacimiento del mundo, la guerra, el amor o la traición.

Cuando termina su relato les dice que no van a dibujar ni pintar hojas, sino que realizarán una obra estelar con sus propias mentes. Enciende el grabador muy bajito. Se escuchan voces de olas  de mar, de vientos lejanos que  viajan con el canto de los grillos, sacude un par de veces las radiografías, y un sonido parecido a un relámpago sobresalta a los niños.

-No abran los ojos- les dice el maestro- es apenas una lluvia pasajera.

Se sube  a la escalera con la regadera y salpica , a penas, unas gotitas sobre sus estudiantes. Mientras va bajando el sonido del grabador muy lentamente les pide que traten en la oscuridad de sus mundos de inventarse un cielo.

Todos los alumnos están muy concentrados. El maestro se sienta en lo más alto de la escalera y los mira. Sonríe, piensa como a veces las apariencias engañan, porque ellos parecen dormidos, pero están soñando. Entonces empieza a imaginar la constelación de cada uno. Los planetas de Pedro quizá sean parecidos a varias pelotas de fútbol de distintos materiales y tamaños. En cambio, por el cielo de Juana deben galopar caballos en el viento. En la constelación de Matías los hombres araña se colgarán de las estrellas, pero Marina habrá soñado un universo lleno de colores con brillantina. En cada uno el maestro, ....galaxias increíbles como si fueran retratos de sus alumnos.

Esta vez no puede evaluar el resultado. Piensa que tal vez no está nada mal pensar en una clase que no produzca respuestas, sino que festeje la formulación de alguna buena pregunta.

Habiendo hecho todo lo que debía, el maestro tuvo el deseo de vivenciar su propia exploración. ¿ Por qué no prestarse también la juego? Se acostó en el piso, cerró los ojos mientras sentían las caricias del perfume de los eucaliptos. Dibujó con la mente el autito preferido de su infancia, que ahora ocupaba la noche de aquel cielo oscuro.

Pablo Andrés Médici ( Brocha)


¡FELIZ DÍA A TODOS LOS DOCENTES!




domingo, 15 de noviembre de 2020

DE LA PESTE NEGRA AL CORONAVIRUS

 


          Leyendo un antiguo libro de historia, me ha llamado la atención, seguramente por las circunstancias que estamos viviendo, las epidemias que tuvieron lugar en siglos pasados. Una de las más importantes fue la de peste negra que se produjo a mediados del siglo XIV y que no respetó ninguna clase social, aunque se cebó, como es natural, en las más desfavorecidas por carecer éstas de las reservas y defensas que da una buena alimentación.

          Toledo debió ser una de las zonas más castigadas del país, tanto es así que en 1354 se habla del "arraval de la mortandat", que debió ser alguna zona donde sus vecinos quedaran diezmados. Es muy difícil conocer la cantidad de muertos por la falta de documentos, pero si se sabe que debió ser espantosa por unos epitafios hebreos en los que se puede leer. " ¿acaso hemos de perecer todos?". Y a través de estas inscripciones se puede vislumbrar la cantidad de vidas que quedaron truncadas de todas las edades y condiciones sociales y económicas.

          Otra epidemia que también hizo estragos fue la de cólera de 1830. Desde diferentes  pueblos se enviaban a la capital cartas desesperadas solicitando algún médico que pudiera asistir a los enfermos. Hasta uno de aquellos lugares perdidos en la miseria, llegaron dos carmelitas descalzos para socorrer espiritualmente a sus gentes. Y lo que allí vieron les dejó terriblemente impresionados, con el corazón encogido. Nada más entrar al pueblo salieron todas sus gentes en tropel a besar los crucifijos y ponerse de rodillas. Estaban desesperados y presos del pánico porque todos cuantos caían enfermos morían en un plazo de 24 horas.  En una sola hora confesaron y dieron la unción a cuarenta y dos, y por las calles salían a cada paso buscándolos para llevarlos a las casa. Consternados por la situación escribieron una carta a las autoridades pidiendo ayuda, pues el desconsuelo era tan grande que, ellos mismos ya no sabía qué hacer.

          Ahora estamos en otra epidemia, la del Covid-19 del año 2020, que afortunadamente no es tan mortal. Pensábamos que ya en el siglo XXI lo tendríamos todo controlado, pero a la vista está que no es así. Incluso ahora es mucho más fácil su propagación por todo el planeta a través de las comunicaciones y los transportes. Sin embargo ahora tenemos más recursos, más medios, sabemos más de las enfermedades y su trasmisión, y por consiguiente podemos protegernos mejor. Si a nuestros antepasados les hubieran dicho que podían salvar la vida respetando las distancias o siguiendo unas medidas higiénicas concretas, lo hubieran hecho sin pensar dos veces. ¿Por qué nosotros no lo hacemos igual? Todavía sigo viendo en la calle gente que no se pone la mascarilla, veo a los niños jugando en los parques todos juntitos sin ningún tipo de medida , veo a los padres tranquilamente sentados en el kiosko, todos apelotonados conversando, veo que se han cargado los precintos de ciertos lugares para entrar, hacer botellón, fiestas en las casas...¡Seamos un poquito más responsables!

          De acuerdo que las autoridades no están haciendo una buena gestión y que hay muchas cosas que tendrían que mejorar ( eso daría para hablar largo y tendido), pero al menos, lo que esté en nuestra mano hacer, ¡hagámoslo! Y si con ello evitamos contagios y muertes...¡Mucho mejor!




domingo, 8 de noviembre de 2020

CARTA DE UN FANTASMA ENAMORADO

 


Dicen que noviembre es el mes dedicado a los muertos. A mí, personalmente, me gusta ser un poco más positiva y pensar que también se celebra el Día del Niño, de la Música, del Maestro...Pero como estamos en época de misterio, os dejo este pequeño relato para entreteneros. Y os dejo también el calendario de este mes.

       CARTA DE UN FANTASMA ENAMORADO

¡Adiós pandilla de idiotas! Me despido de vosotros para no volver nunca más. Hoy es el día más feliz de mi vida . Hoy voy a dar cerrojazo a esta existencia que llevo de penurias trasnochadas. Hoy voy a reunirme con mi amada, el ser más maravilloso que haya pisado la tierra. ¡ Y lo digo yo, que llevo 250 años vagando por ella! Ya no tendré que aguantar vuestras impertinencias, ni que me invoquéis a cada momento perturbando mi tranquilidad, ni que contéis sobre mí un montón de falacias sin sentido alguno. Desapareceré para siempre de vuestras vidas y vosotros de la mía, por fin quedaré libre y en paz para poder iniciar un nuevo camino a su lado.

Nuestra historia comenzó muchos años atrás, cuando compró el palacete que yo habitaba y que nadie se atrevía a ocupar por las historias que circulaban sobre él. Sin embrago a ella, mujer valiente y decidida, eso no le importó. Al principio pensé que sería una inquilina más y que saldría corriendo antes de la tercera noche cuando me sintiera salir a dar mi paseo nocturno por el jardín, pero no fue así. Tampoco se asustó cuando escuchó los golpes que salía dar a la pared como ejercicio matutino, ni mis suspiros producidos por la pesadumbre de vivir en soledad y apartado de todo. No, no se asustó con ninguna de las cosas que habitualmente hacía y que causaban terror en todos los que por allí habían pasado.

Tengo que decir que aquello despertó mi curiosidad, y entonces empecé a espiarla. Salía todas las mañanas a la misma hora con un gran carpetón en la mano, imagino que iría al trabajo  y ya no regresaba hasta media tarde. Al atravesar la puerta tiraba los zapatos en medio del salón y se iba derecha a la cocina a prepararse un café que se bebía mirando las hortensias de la ventana. El resto del tiempo leía, escribía en esa máquina del diablo que no necesita papel ni pluma o hacía suaves ejercicios físicos en la alfombra del salón. Algunas veces recibía visitas ,  cada vez menos porque se corrió la  voz de mi presencia en el lugar y eso les asustaba. Hasta ahí, todo era normal, aunque si digo la verdad me atraía su manera hacer las cosas y, sobre todo, el hecho de que no me tuviera miedo me hizo sentir una clara simpatía hacia su persona, pero cuando la oí tocar el piano del salón, ya si que me desarmó por completo y caí rendido a sus pies. Al día siguiente quise hacerme notar para que supiera que la había estado escuchando y que me había regalado unos minutos maravillosos que hacía muchísimos años que no podía disfrutar.. Entonces salí al jardín, recogí el aroma de las flores que flotaba en el aire y lo esparcí por su habitación. Ella, con sus grandes dotes intuitivas y su inteligencia vivaz, captó el detalle, y sin asustarse, plenamente convencida de mi presencia, cogió una tarjeta de las que había sobre la mesa, y escribió : "¡GRACIAS!"

Aquello me llegó al alma y se despertaron en mí sentimientos que pensaba muertos para siempre. Me enamoré como un adolescente. ¡A mi edad! Y después de tantos palos como me había llevado con todos aquellos inútiles que venían a importunarme llenos de aparatos diabólicos para que les dijera algo. Prefiero no acordarme.

Ella era distinta y nos enamoramos los dos como niños en la escuela. Esperando con ilusión el momento del reencuentro, que solía ser a la caída de la tarde, cuando terminados sus quehaceres del día,  se ponía a tocar el piano, y yo, en un rinconcito, la escuchaba sin hacer ruido. Luego, por la noche, me tumbaba junto a ella y dejaba que me contara muy bajito sus preocupaciones e inquietudes. Después la tomaba de la mano para trasmitirle sensaciones de paz y bienestar. Y muchas veces quedaba dormida conmigo de esa manera.

Para mí solo trascurrieron unos años más, para ella fue la mitad de su vida. Con el paso del tiempo envejeció, sus cabellos se volvieron de plata y la energía la fue abandonando. Siguió con su costumbre de tocar el piano, pero ya no podía subir bien las escaleras y los dolores de espalda la tenían postrada en el sofá muchas veces. Yo sufría lo indecible al ver su deterioro y no poder hacer nada, ni tan siquiera podía ayudarla con las tareas cotidianas de coger las bolsas de la compra o tender la colada, que tanto le costaba. Esta fue la peor época que pasamos.

 Hoy, por fin , ha muerto. Su cuerpo reposa frío e inerte sobre la cama que tantas veces fue testigo de nuestro amor a la luz de la luna. Mañana, la señora de la limpieza, la descubrirá y se llevará un susto de muerte, saldrá corriendo conmovida para avisar del suceso, y todos llorarán la pérdida de una mujer tan singular.

Pero cuando eso llegue, nosotros ya estaremos lejos, muy lejos, atravesando el universo con las manos entrelazadas al fin. Juntos por toda la eternidad. Diciendo adiós a este mundo cruel al que no volveremos jamás.





domingo, 1 de noviembre de 2020

DIA DE DIFUNTOS

 



Ese día la abuela se levantaba temprano y preparaba un bolso con todos los útiles de limpieza y otro con la comida. Se ponía su chaqueta gorda de lana, entregaba al abuelo la suya de paño y salíamos los tres a buen paso.

A mí me encantaba ir con ellos. Me parecía una especie de aventura, por eso iba contenta, agarrada siempre de su mano. Teníamos una buena caminata hasta llegar al cementerio, que estaba a las afueras, y entonces no había autobuses como ahora.  Todos los recorridos se hacían a pie. Íbamos acompañados de numerosos vecinos que también se dirigían al mismo lugar y con el mismo fin.

En la puerta, antes de entrar al Camposanto, parábamos a comprar un ramito de flores frescas en alguno de los puestos ambulantes que ese día se colocaban a la entrada. Había gente que compraba ramos muy bonitos y flores sueltas para forrar con sus pétalos la sepultura de sus seres queridos. El abuelo, en cambio, era más austero y compraba solo el tradicional  ramo de crisantemos y crestas.

Luego, una vez dentro, recorríamos un laberinto de pasillos llenos de tumbas a un lado y otro, hasta llegar a la nuestra. Y yo no hacía más que preguntarme cómo diablos los abuelos podían dar con el lugar exacto de la sepultura en medio de tantas lápidas amontonadas, todas igualitas y puestas en la misma dirección. ¡Era algo asombroso! Estaba convencida de que cuando fuera mayor y lo tuviera que hacer sola, no sabría llegar de ningún modo y tendría un serio problema porque me perdería con toda seguridad, y no había cosa más terrorífica que perderse entre los muertos.

Y mientras hacía aquellas reflexiones tan serias y trascendentales , la abuela, ajena  a mis preocupaciones, ya había sacado del bolso los detergentes y el cepillo de raíces, y ella por un lado y el abuelo por otro, se disponían a frotar la piedra con ahínco hasta arrancar de cuajo todo el verdín acumulado durante meses y dejarla reluciente. Después aclaraban con varios cubos de agua y frotaban con un paño para sacar brillo y dejar bien visibles las letras.

 La abuela, en medio de sus tareas, me contaba que allí estaban enterrados sus padres, que murieron muchos años antes de que yo naciera y fueron los pilares en los que se asentó  nuestra familia. Vinieron de un pueblo cercano y se establecieron en la ciudad después de una vida dedicada al campo. Se manejaban bien económicamente y pudieron comprar una buena casa en pleno centro. Allí terminaron su existencia apacible y allí vieron la luz varias generaciones posteriores. Yo escuchaba atenta pero sin entender la mitad de las cosas y sin imaginarme como podían haber sido aquellos dos señores que estaban allí enterrados. ¡Aún era demasiado joven para saber, si quiera, lo que era un recuerdo!

Y en aquellos trajines de ir y venir, de limpiar y arrancar malas hierbas, de recuerdos y oraciones, transcurría la mañana y llegaba pronto la hora de comer. Para entonces el trabajo ya había quedado hecho y al sol tibio de otoño comíamos lo que había preparado en el bolso, generalmente algo de fiambre que no se echase a perder. Alrededor nuestro, otras familias hacían exactamente lo mismo, y aquello se convertía en una especie de romería especial, en la que no había risas, ni música, ni alegría, pero sí mucha gente que hablaba con sus muertos y los recordaba perturbando la paz y el silencio que reinaba en el lugar el resto del año.

Por la tarde rezábamos el rosario alrededor de la lápida limpia y adornada. También había misa en la pequeña iglesia situada a la entrada, en mitad de un pequeño jardín. Decían varias a lo largo del día y las campanas, a menudo, tocaban a muerto, de una forma lenta y pausada, invitando al recogimiento.

 Luego llegaba el turno de las visitas a otras familias conocidas, se saludaban unos a otros,  se rezaba alguna oración por sus difuntos,  y se evocaban viejas remembranzas. Esto era lo que más me gustaba porque a veces ocurría, que en el paseíllo, encontraba algún que otro niño con el que poder distraerme, aunque fuera de forma muy discreta, pues los mayores en seguida nos reprendían y recordaban que estábamos en un lugar sagrado y no se podía reír ni dar escándalo.

 Así iba pasando el día, y cuando el sol rozaba el tejado de la iglesia y la temperatura descendía, era el momento de recoger los bártulos y regresar a casa. Una vez allí, la abuela ponía unas lamparitas encendidas en aceite y las dejaba toda la noche.

Para los abuelos había sido un día de rezos y recuerdos que se perdían en el tiempo, para mí tan solo un bonito día de fiesta que había pasado con ellos, y que ahora, a su vez, también ha quedado en mi memoria.