Quiero hoy presentaros a un escritor de mi tierra . Una persona que merece un reconocimiento especial a su labor literaria porque sus relatos son maravillosos. Están escritos con la maestría del que sabe los secretos de las letras y como manejarlas para que resulte agradable al leer.Muchos de ellos tienen el sabor de lo antiguo, que tanto me gusta, y disfruto como nadie con su lectura.
Es un escritor que ha escrito varios libros y ha recibido bastantes premios. Dedicó su vida a la docencia, por eso la casualidad quiso que yo le conociera, y nació y vivió un en pequeño pueblecito de Toledo. Tiene un blog donde publica relatos cortos que no tienen desperdicio alguno. Su lectura atrae, engancha y enamora. Allí también podéis conocer algo más sobre él y los títulos de libros que ha publicado
Si tenéis un ratito y os gusta la literatura bien escrita, no dejéis de visitarlo.
Para muestra os dejo uno de sus relatos. Después de leerlo ya me diréis qué tal
«Me ha llamado el
ministro», dijo el general. Y luego, durante unos segundos, se quedó callado,
fijo en la pantalla, como afectado por un acceso de bruma y dudas. Hasta que al
final explicó, con voz cansada, entreverada con posos de tristeza y hastío:
«Vamos a bombardear la casa, hasta reducirla a cenizas y escombros. El ataque ya
está preparado».
Después el general enarcó la mirada sobre la imagen proyectada en la pantalla, para observar el paisaje de tejados –algunos reventados por la devastación de la guerra incesante—, terrazas abiertas al cielo, ropa tendida y antenas desarboladas. Aguzó la mirada sobre la terraza elegida, que captaban las cámaras desde celosías camufladas en los edificios más altos o incluso desde el cielo inaccesible de los aviones fantasmas.
Le angustiaban los daños colaterales y las víctimas infantiles, por eso trataba de identificar en la imagen muestras o evidencias de la existencia de niños en aquel edificio. Rememoró entonces el día en que decidió recorrer las calles, para conocer de cerca su situación y sus peligros. Y recordó que, al volver una esquina, se encontraron con un niño, frente al vehículo militar, con un balón en las manos, arrimado a su pecho.
Aunque solían ser mayores que aquella criatura, al menos adolescentes, quienes se adosaban y ocultaban las bombas para explosionarlas junto a los vehículos militares, los protocolos de seguridad eran muy estrictos con cualquiera que se arrimara a ellos. Por eso, al ver al niño con aquel balón viejo, sospechoso, quieto, frente a la tanqueta, enseguida saltaron las alarmas. Con la escotilla cerrada del blindado, y apuntándolo con la ametralladora, le dijeron que dejara el balón en el suelo y se alejara. Él entonces se puso nervioso, y empezó a llorar. Y el general, cuando recordaba aquella escena del niño anegado de lágrimas y de pánico, aún no sabía cuál fue la causa de aquel impulso que lo empujó a abrir la escotilla, saltar a la calle, acercarse al muchacho y tratar de calmarlo.
—Es mi balón —dijo el niño, llorando. Me lo regaló mi padre.
El general, entonces, arrimó un detector de explosivos a aquel balón de cuero, blanco, muy desgastado. Luego lo cogió y lo rajó con su cuchillo. Al comprobar que en el interior solo había aire, se lo devolvió al niño.
—Me lo has roto —balbuceó el muchacho, aún anegado de lágrimas y espanto. Luego se fue corriendo, con su balón rajado, desinflado.
Esos eran los recuerdos del general mientras seguía con los ojos clavados en la azotea de una casa que iban a bombardear.
Las órdenes estaban dadas, y los preparativos en marcha. El avión ya estaba en vuelo, en dirección a su objetivo. Los activistas se habían pertrechado en aquella vivienda, desde donde respondían con disparos a cualquier intento de convencerlos para que dejaran las armas y se entregaran.
Fue al conseguir que ampliaran un poco más la imagen de aquella azotea que iban a bombardear cuando el general vio un objeto redondo, blanco, en un rincón. Luego se acercó a la pantalla, y entonces distinguió con nitidez que era un balón muy desgastado, desinflado, rajado.
Después las bombas borraron la imagen con su estallido de fuego. Y el general ya solo vio humo y polvo; y los brillos que le empezaron a brotar en su mirada húmeda, que aún persistían cuando le informó al ministro del éxito de la operación, y del daño colateral producido, uno pequeño, le dijo, bajo los escombros, junto a su balón roto.
Francisco de Paz Tante
Después el general enarcó la mirada sobre la imagen proyectada en la pantalla, para observar el paisaje de tejados –algunos reventados por la devastación de la guerra incesante—, terrazas abiertas al cielo, ropa tendida y antenas desarboladas. Aguzó la mirada sobre la terraza elegida, que captaban las cámaras desde celosías camufladas en los edificios más altos o incluso desde el cielo inaccesible de los aviones fantasmas.
Le angustiaban los daños colaterales y las víctimas infantiles, por eso trataba de identificar en la imagen muestras o evidencias de la existencia de niños en aquel edificio. Rememoró entonces el día en que decidió recorrer las calles, para conocer de cerca su situación y sus peligros. Y recordó que, al volver una esquina, se encontraron con un niño, frente al vehículo militar, con un balón en las manos, arrimado a su pecho.
Aunque solían ser mayores que aquella criatura, al menos adolescentes, quienes se adosaban y ocultaban las bombas para explosionarlas junto a los vehículos militares, los protocolos de seguridad eran muy estrictos con cualquiera que se arrimara a ellos. Por eso, al ver al niño con aquel balón viejo, sospechoso, quieto, frente a la tanqueta, enseguida saltaron las alarmas. Con la escotilla cerrada del blindado, y apuntándolo con la ametralladora, le dijeron que dejara el balón en el suelo y se alejara. Él entonces se puso nervioso, y empezó a llorar. Y el general, cuando recordaba aquella escena del niño anegado de lágrimas y de pánico, aún no sabía cuál fue la causa de aquel impulso que lo empujó a abrir la escotilla, saltar a la calle, acercarse al muchacho y tratar de calmarlo.
—Es mi balón —dijo el niño, llorando. Me lo regaló mi padre.
El general, entonces, arrimó un detector de explosivos a aquel balón de cuero, blanco, muy desgastado. Luego lo cogió y lo rajó con su cuchillo. Al comprobar que en el interior solo había aire, se lo devolvió al niño.
—Me lo has roto —balbuceó el muchacho, aún anegado de lágrimas y espanto. Luego se fue corriendo, con su balón rajado, desinflado.
Esos eran los recuerdos del general mientras seguía con los ojos clavados en la azotea de una casa que iban a bombardear.
Las órdenes estaban dadas, y los preparativos en marcha. El avión ya estaba en vuelo, en dirección a su objetivo. Los activistas se habían pertrechado en aquella vivienda, desde donde respondían con disparos a cualquier intento de convencerlos para que dejaran las armas y se entregaran.
Fue al conseguir que ampliaran un poco más la imagen de aquella azotea que iban a bombardear cuando el general vio un objeto redondo, blanco, en un rincón. Luego se acercó a la pantalla, y entonces distinguió con nitidez que era un balón muy desgastado, desinflado, rajado.
Después las bombas borraron la imagen con su estallido de fuego. Y el general ya solo vio humo y polvo; y los brillos que le empezaron a brotar en su mirada húmeda, que aún persistían cuando le informó al ministro del éxito de la operación, y del daño colateral producido, uno pequeño, le dijo, bajo los escombros, junto a su balón roto.
Francisco de Paz Tante
Un relato crudo y duro pero las guerras son así , deberíamos tener más conciencia y darnos cuenta que solo en ellas hay destrucción ..pensemos más en la convivencia y el diálogo .
ResponderEliminarUn abrazo y feliz noche.
Si tu lo recomiendas yo voy, iré a su blog, seguro que sus relatos breves me gustan. Un abrazuco
ResponderEliminarEl mero hecho de recomendarlo ya tiene interés para mí, iré a su blog y gracias, preciosa.
ResponderEliminarBesitos.
Siempre va bien conocer espacios de interés, un abrazo.
ResponderEliminarSeñorita Rita, en primer lugar muchas gracias por tu visita constante a universodecometas.blogspot.com y dejar tu huella. Yo llevo unos meses con un poco de "bajón" y no paso a visitaros pero espero que pronto todo vuelva a la normalidad y ya pueda pasar por vuestros blog. Tu blog me ha gustado mucho. Un abrazo
ResponderEliminarSi no entendí mal el relato, este general era aquel niño, dueño de la pelota rota, giro total en estas imágenes dolorosas, gracias por hacérnoslo conocer, Rita, un abrazo!
ResponderEliminarLo visitaré,abrazo.
ResponderEliminarUn gran relato. Un beso
ResponderEliminarTriste y bonito relato, me pasaré por su blog.Besicos
ResponderEliminarTriste, duro y desgarrador, las obscuras pinceladas de las guerras y de las mentes belicosas, que suelen matar al enemigo y a las ilusiones de la gente de paz.
ResponderEliminarBuenisimo, Gracias Señorita Rita.
Un fuerte abrazo.
Es muy bueno el relato. Gracias por recomendarlo, y seguro, que pasaré a visitarlo.
ResponderEliminarUn saludo.
Muchas gracias a todos por vuestros comentarios. He estado unos días de mini-vacaciones y por eso no he podido atenderos ni pasar por vuestros blogs, pero ya estoy aquí de nuevo, con las pilas cargadas. Me voy a poner al día ahora mismo. Besitos
ResponderEliminarpues tendremos que echarle un vistazo!!!!
ResponderEliminarNoi te arrepentirás, Blanca. Besitos
EliminarExcelente el relato.Gracias por tu recomendación.
ResponderEliminarBuen fin de semana!!
Es un escritor muy bueno. Gracias por tu visita. Un abrazo
EliminarMuy buen relato, pasare a visitarlo....saludos y gusto pasar a leerte.
ResponderEliminarMuchas gracias, Sandra. Besitos
EliminarLas guerras nos deshumanizan todavía más, hasta el punto de convertir en daño colateral de una exitosa operación la muerte de un niño.
ResponderEliminarBuen relato.
Un abrazo.
Maravilloso relato en forma y fondo.
ResponderEliminarVisitaré su blog.
Y gracias por tu visita.
Un abrazo Pilar.